Un ensayo mío acaba de aparecer en Nexos. Aquí los párrafos últimos, que resumen los argumentos principales:
Las redes eran complicadas y seguramente mucho sigue sin saberse. Lo que sí queda claro es que había peligro en la Casablanca mexicana, pero que a la vez —siempre y cuando estuviera bien administrado— también había oportunidad. Para bien y para mal, en América Latina probablemente sólo Costa Rica fue tan “estable” como el PRI en los años que le siguieron a la Segunda Guerra Mundial. Buena parte de aquella estabilidad provenía del autoritarismo suave practicado por el PRI en sus asuntos domésticos. No obstante, casi una excepción en el concierto de naciones, México no tenía enemigo externo. Tolerar los juegos de espionaje de las potencias extranjeras en rivalidad puso a México en una posición de poder: ni Cuba, ni la Unión Soviética o Estados Unidos estuvieron interesados en promover un cambio de régimen en México que pusiera en riesgo el arreglo existente. Lo mismo que sus subsidios a la cuasioposición local que barrían desde la derecha hasta la izquierda (sin significar ningún apoyo), la tolerancia mexicana al espionaje extranjero constituyó una suerte de “subsidio” dirigido a las fuerzas con más potencial desestabilizador en el mundo con el fin de mantenerlas interesadas en preservar al gobierno de México en el poder. La policía secreta mexicana llegó a ser, especialmente en los años sesenta y setenta, un agente de represión en su propio país. Pero, en el ámbito internacional, ayudó a canalizar la intervención extranjera y a administrar los riesgos que aquella era tuvo para México.A aquellos días de la Casablanca mexicana ya se los llevó el tiempo. El viejo equipo de espionaje fue vendido en los años 1990, la década en que muchas otras cosas se pusieron a la venta. Durante la Guerra Fría, México pareció haber cedido apenas suficiente soberanía a los espías extranjeros que, a fin de cuentas, terminó perdiendo muy poco. Hoy en día los retos a la soberanía estatal vienen desde dentro y son considerablemente más siniestros. La política del espionaje de la Guerra Fría era sucia y corrupta, pero al menos tuvo una chispa de glamour y un ocasional toque de comedia. Fueron malos tiempos aquellos, pero hoy parecen haber sido, quizá paradójicamente, demasiado buenos para durar.